El rabioso columnista

“Alberto Aguirre es, geográficamente, un oasis adonde hemos arrimado una generación de escritores antioqueños a escamparnos del desierto, a preguntar por un camino. Nadie volvió a partir de ese oasis con sed, porque el corazón de este hombre, su amistad, su talento, hacen un poco de faro en la soledad espiritual de Medellín.” Gonzalo Arango. Vida.Voz. Antología.

Presidente

En un país serio, organizado y con buena memoria, Belisario Betancur no sería candidato a la presidencia de la república. Ni a nada. Está señalado con la mancha indeleble, que lo inhabilita ante el pueblo colombiano para el desempeño de cualquier función pública, y más para ésa, que es la más alta dignidad. Es un impedimento histórico, algo que desborda los límites de una confrontación política y que opera por encima de menudas maquinaciones electorales.

Belisario Betancur era ministro de trabajo el 23 de febrero de 1963. Y este día 23 de febrero de 1963, un sábado, a las 5:15 de la tarde, en la curva de la bomba de gasolina Codi, al pie del hospital, en Santa Bárbara, las armas oficiales fueron descargadas sobre los huelguistas de Cementos El Cairo y sobre sus familiares y sobre sus compañeros del pueblo de Santa Bárbara: murieron 10 trabajadores, murió una niña de 10 años, hija de un trabajador, y hubo un centenar de heridos. Esa sola coincidencia, ser ministro de trabajo el día de esa matanza de trabajadores, inhabilita históricamente a Belisario Betancur.

Pero es que esa coincidencia no fue sola ni fue inocente. La conducta de Betancur, anterior y posterior al hecho escueto de los disparos y los muertos, señala su responsabilidad ante el pueblo. (Quisiera advertir que conozco bien tales hechos: recopilé publicaciones y documentos: fui abogado en el proceso penal que se siguió entonces). Los obreros de Cairo, en huelga, se oponían válidamente a que se sacara el clínquer extraído (por esquiroles) en esa mina: la empresa quería trasladarlo a Argos, en Medellín, para elaborar cemento. Y en efecto no se estaba sacando el clínquer. Hasta que el ministro de trabajo (Betancur) conceptuó que era lícito sacar dicho material, rompiendo la oposición obrera. Prevalidas en ese concepto, las autoridades de Medellín organizaron una expedición de 56 volquetas, con fuerte escolta militar, para ir a Cairo por el clínquer. Fueron en la mañana de ese sábado 23 de febrero. Cuando regresaba la expedición armada, encontraron ahí en la Codi la oposición popular: porque no eran sólo los huelguista de Cairo, sino cerca de tres mil personas: huelguistas, familias, compañeros del pueblo de Santa Bárbara. Al fin pasaron los camiones militarizados cargados de clínquer. Literalmente, pasaron por encima de los cadáveres de los trabajadores.

Y la conducta de Belisario Betancur fue aún más lamentable. Llegó, arrogante, al día siguiente, impuso un arreglo arbitrario de la huelga, y se llevó para Bogotá, exhibiéndola en el concejo de ministros, una botella de gasolina con un trapo: así le dijo al país la mentira de que los obreros habían atacado al ejército, provocando la represión armada.

La matanza de Santa Bárbara no es un episodio pasajero en la lucha de un sindicato. Es acontecimiento histórico, de hondo significado para la comprensión de nuestro sistema de vida y del tipo de nuestras relaciones sociales. Y una herida abierta en el corazón del pueblo.

El rol de Belisario Betancur en ese acontecimiento fue aciago. La historia no lo olvidará. Porque las castas olvidan, pero el pueblo guarda la memoria de sus muertos.

27 de noviembre de 1981

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