El rabioso columnista

“Alberto Aguirre es, geográficamente, un oasis adonde hemos arrimado una generación de escritores antioqueños a escamparnos del desierto, a preguntar por un camino. Nadie volvió a partir de ese oasis con sed, porque el corazón de este hombre, su amistad, su talento, hacen un poco de faro en la soledad espiritual de Medellín.” Gonzalo Arango. Vida.Voz. Antología.

Líbano

Fue una operación fríamente calculada. La acción concertada del ejército de Israel, que opera con la precisión de un mecanismo de relojería, y de las milicias cristianas del mayor Haddad (títere israelí), que operan con salvajismo, dejan dos mil palestinos masacrados en los campamentos de Sabra y Chatila, en Beirut Occidental. Baldón sobre la humanidad entera, que deja aflorar de su seno semejante barbarie.

Israel invade el Líbano el 6 de junio, en la llamada “Operación Paz para Galilea”, y a finales de agosto obliga a los combatientes palestinos de la OLP a salir de Beirut Occidental; el 21 de agosto entran a la ciudad las fuerzas de paz, integradas por tropas de Estados Unidos, Francia, Italia, con la misión de proteger a los civiles libaneses y palestinos; pero, antes de lo previsto, el 12 de septiembre, esas fuerzas abandonan Beirut. Queda dispuesto el escenario para la masacre.

El martes 14 de septiembre, a las 4.10 pm., es asesinado Bachir Gemayel, presidente electo de Líbano, pero su cadáver sólo es reconocido y recuperado a las 11 de la noche. Menos de 6 horas después, en la madrugada del miércoles 15, las tropas israelíes, violando los convenios de alto-el-fuego, penetran en Beirut Occidental, y ya el jueves 16 “controlaban los puntos clave de la ciudad”, según comunicado militar (Miami Herald, sep. 17), que añadía: “Todos los campos de refugiados en los cuales se habían concentrado los terroristas están rodeados y cerrados”. El ejército de Israel, esa máquina de mortífera precisión, es amo absoluto de Beirut: en particular, los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila están sellados por sus fuerzas.

Ese mismo jueves 16 de septiembre, las milicias cristianas del mayor Haddad penetran en los campos de Sabra y Chatila, y esa noche y el viernes en la noche y el sábado en la madrugada proceden a la matanza sistemática de palestinos. De la crónica de Loren Jenkins (Miami Herald, sep. 20): “En otra calle, dos niñas, una de 11 años quizás, la otra no mayor de un año, de espaldas en el suelo, las piernas extendidas, cada una con el hueco de una bala en la sien”. Escenas dantescas. También ametrallaron los caballos, las cabras y las ovejas. Un subteniente israelí, de guarda a media milla de distancia de Chatila, declaró a la prensa (El Tiempo, sept. 19): “Todo estaba tranquilo. Yo no oí nada”.

La operación, enmarcada por el ejército israelí, contó con la sombrilla protectora del gobierno de Israel. Dice el diario Yedioth, de Jerusalén (El Colombiano, sep. 21): “El plan de los falangistas de entrar a los campamentos de refugiados fue presentado al gabinete (israelí) el pasado jueves y recibió autorización por unanimidad. Esa misma noche los falangistas entraron en los campamentos y empezaron la matanza. El viernes en la mañana los ministros y los altos funcionarios sabían que se estaba produciendo una masacre, pero no hicieron nada hasta el sábado”. Como el subteniente, tampoco oyeron nada.

Ese baldón, que mancha a la humanidad, incrimina a Israel. Anestesiada su conciencia en la persecución emprendida contra el pueblo palestino, desbocado en esa escalada diabólica de la sangre, Israel se ha hecho sordo al martirio de los inocentes.

Pero el pueblo judío, gran nación milenaria, no habrá de sucumbir, anegada en ese charco de sangre. Los propios manifestantes judíos ante la oficina del primer ministro Begin, clamaban: “No más fascismo en nuestro país”.

24 de septiembre de 1982

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