El rabioso columnista

“Alberto Aguirre es, geográficamente, un oasis adonde hemos arrimado una generación de escritores antioqueños a escamparnos del desierto, a preguntar por un camino. Nadie volvió a partir de ese oasis con sed, porque el corazón de este hombre, su amistad, su talento, hacen un poco de faro en la soledad espiritual de Medellín.” Gonzalo Arango. Vida.Voz. Antología.

1984 y neolenguaje

Estamos en 1984.

El mundo pánico que anunciara George Orwell en la novela de este título o cifra, “1984” (escrita en 1948), se instala entre nosotros. Los ciudadanos, reducidos a su condición mecánica, obedecen ciegamente al mandato del Gran Hermano: es la masificación: el hombre, alienado de su potencia y de su pensamiento, funciona ya como simple engranaje de una máquina que gobierna, invisible, el Big Brother.

Es la manipulación, y una reducción, que se practica mediante el lenguaje. En este tiempo mítico de “1984” (que es ya realidad), se ha inventado un idioma para sustituir el viejo: la Neolengua: un idioma como un sarmiento seco, inerte, que no permite pensar, que propicia el engaño colectivo, esa alucinación de la masa. Dice uno de los neolingüistas: “¿No ve usted que el propósito de la Neolengua es estrechar el campo del pensamiento? Al final, haremos que sea imposible el pensacrimen, porque no habrá palabras para expresarlo”. (En Neolengua, pensacrimen es delito de opinión). Y añade el oficiante de la lengua: “Estamos destruyendo palabras: estamos mutilando el lenguaje hasta dejarlo en el puro hueso”.

Por ejemplo: si existe la palabra “bueno”, ¿para qué la palabra “malo”, que no se le opone de modo directo? En su lugar hemos puesto “inbueno”; y si se quiere dar algún énfasis, en vez de esas vagas palabras como “excelente” y “espléndido”, que dan lugar a divagaciones y emociones, tenemos “plusbueno”; y si se necesita algo más enfático, “dobleplusbueno”. Así se evita que el hombre, al deambular por el meandro de las palabras, se dedique a las sutilezas del pensamiento. Termina: “Cada vez menos y menos palabras, y el espacio de la conciencia siempre un tanto más pequeño”.

En Neolengua se impone uno de los slogans del Big Brother, que entona, en letanía, la masa alucinada: “Guerra es paz”. Es la reducción por el lenguaje: no sólo se achica la conciencia, sino que la palabra empieza a decir lo contrario de lo que significa.

En efecto, llegó “1984”.

Guerra es paz. La llamada “Fuerza Multinacional de Paz”, en el Líbano, está haciendo la guerra a los musulmanes, en connivencia con Israel, la potencia guerrerista del área. Y son inclementes los soldados de la fuerza de paz matando libaneses. Guerra es Paz. En Colombia la “Comisión de Paz” encubre la prosecución de una guerra incesante contra el pueblo campesino y contra los rebeldes. Y nuestro gran presidente alza a cada rato la bandera de la paz, mientras las tropas bajo su mando supremo atizan la guerra.

Es la virtud de la Neolengua: aniquilando las palabras, borra los hechos, el pensamiento y la conciencia.

Se va encogiendo el lenguaje. Con prefijos (como ese de “inbueno”) la palabra “desarrollo” es prostituída para escamotear significados sociales y políticos. Se habla de subdesarrollo para indicar un estado que es simple explotación imperialista de los pueblos del Tercer Mundo: la neopalabra suprime la noción real. Por esa ruta, nuestro amado presidente acuñó en Manizales (el 21 de diciembre) una neopalabra: habló de los caldences del redesarrollo. Pura neolengua.

Dice “1984”: “De hecho, no habrá pensamiento, tal como ahora lo entendemos. Ortodoxia significa no pensar, aún más, que no hay necesidad de pensar. Ortodoxia es inconciencia”.

4 de enero de 1984

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