Hay rigor. Sí. Es agudo. Sí. Mordaz. También. Certero. Sarcástico. Informado. Audaz. Osado. O será que decir la verdad con cierta exactitud en un país de medias tintas se convierte en osadía? De todas formas: veraz. Alberto Aguirre columnista del periódico El Mundo, de Medellín, autor durante los cinco años de existencia del diario antioqueño de 760 cuadros, de los cuales en este libro sólo se reproducen 200 (cuadros de provincia, cuadros de región, cuadros políticos, cuadros intelectuales, cuadros cultos, cuadros de miseria, cuadros de violencia, cuadros de injusticias, cuadros de gentes, en fin cuadros de este heterogéneo país que es Colombia), consigue desafiar -como, según parece, es, además, su intención-, la retórica, el facilismo y los arcaísmos de "este país circular y reiterativo".
Saturado, harto y con tono rabioso, Aguirre va armando estos cuadros, que no mosaicos de costumbres, de escasas 50 líneas cada uno, por medio de un cuidadoso trabajo de descarte: desechando noticias, emociones y vivencias... para presentar finalmente un texto redondo, construido con arquitectura: armado. Si bien esta búsqueda de redondez mediante la decantación logra salvar las columnas de su inmediatez periodística volviéndolas recuperables para un texto menos efímero y de mayor permanencia como puede ser un libro -ya no hojas de papel periódico, sino empastado, perdurable: un libro de recopilación-, cae en la trivial tentación de tantos periodistas-columnistas del país: la editorialización. Lanzar conceptos por aquí, conceptos por allá. Juicios por aquí, juicios por allá. Sentencias por aquí, sentencias por allá, sin asidero en el hecho tozudo, fundamento de todo trabajo verdaderamente periodístico. La pretensión de depuración, de limpieza, de pulcritud, de Aguirre como reacción atemorizada para no caer en la banalidad de las anécdotas del hecho concreto se le devuelve como un bumerán al entregarle al lector unos cuadros pontificadores, privados de ese delicioso picante, sabroso cuando su dosis es exacta, que le imprime al periodismo la circunstancia, la anécdota, la referencia inmediata, la coyuntura oportuna.... sazón que en éste sólo da el contacto directo y permanente con la vida, pero no la generalización reflexiva, la editorialización.
Si bien de este esfuerzo expurgador han resultado algunos brillantes libros de aforismos (piénsese en Elías Cannetti, Luis Cernuda, César Pavese y, entre nosotros, Colacho Gómez), Aguirre se queda a mitad de camino entre el aforismo y la columna periodística, faltándole más elaboración, mayor abstracción en tendida como síntesis de vida, produciendo entonces, finalmente, como resultado, un libro que claramente le dice al lector qué piensa el señor Alberto Aguirre, periodista de El Mundo, suponemos nacido en Medellín o en sus alrededores, sobre lo divino y lo humano, pero nada más.
Pasa, pues, con este libro como con la arquitectura de estilo internacional que, agobiada por la pretensión universal, pierde el sentido del entorno, de lo concreto, y así como se diseñan edificios que podrían ser colocados en cualquier parte del mundo sin afectar para nada la vida de sus usuarios ni de la ciudad que los soporta, así estos 200 Cuadros han podido ser escritos en cualquier lugar y en cualquier momento, organizados bajo títulos tan generales, como: la violencia, la miseria, la lucha obrera, la histeria política, Cuba, Nicaragua, una vida latente, el arcaísmo de un país y su necrofilia, presencia de la mujer, el hosco imperialismo, flojos intelectuales, las fofas estirpes... Los Cuadros de Aguirre dejan, pues, al lector, al finalizar la lectura, esperando encontrarse no con un punto y aparte sino con un arrogante: HE DICHO...
Tomado de Biblioteca Luis Ángel Arango
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