Se está volviendo Colombia muy pequeña. Reside cada vez más en reductos más ínfimos y se acorrala en cubículos minúsculos. Es como si la piel de la patria se estuviese encogiendo. Hay un aire de mezquindad, imperan las pequeñas cosas y son ínfimas las emociones. Lo único desmesurado es el afán de lucro y la brutal exhibición de las riquezas. Desmesura y despliegue que dan la medida de una pequeñez espiritual. Es que el valor ha perdido su sustancia ética para convertirse en vulgar suma de monedas.
Ningún propósito grande mueve hoy a Colombia. En medio de la ratería y la avidez, desfallece el alma nacional. Imperando la burguesía, el solo afán de lucro ocupa el aire de la nación. Y como la burguesía abarca hoy la escena social, es ella, con su avidez, la que da el tono histórico del país. Al margen, explotado y zaherido, el pueblo rumia sordamente su destino de injusticia y escasez. Y espera. Aquí reside la esperanza de la patria.
Los partidos políticos son pura mecánica. La política, aritmética. El sistema económico queda liberado a su ejercicio voraz, dentro de un orden salvaje. El plan económico es nuda voz onomatopéyica (PIN) para promoción publicitaria. Concebido en secreto, como ciencia ficción, no representa la voluntad política de la nación, no galvaniza el espíritu de los colombianos. Pasada la alharaca, cae en el olvido: es inocuo.
El estado, llamado teóricamente a ordenar la vida social, es mero gendarme de los poderosos, para despejarles el terreno de todo peligro. Lo único potente hoy en Colombia, desde el estado, es la represión: el gobierno es tibio para los opulentos y feroz para los humildes.
Y los partidos políticos, que serían la mediación entre el estado y la sociedad civil, se han reducido a mera maquinaria: son carrocería. De mediación política se han convertido en mediación burocrática. Perdieron el hálito. Son un sarmiento seco en esta inmensa sequía que es Colombia. Y la religión es rito. Y la casta intelectual ha dimitido de su función crítica para refugiarse en el nirvana místico o en el estólido lago de las íntimas emociones.
Ninguna emoción grande sacude a los colombianos. Es tanta la indolencia del espíritu colectivo, es tanto el cinismo, que cuando una voz se alza sobre ese susurro general, aún discretamente, suena apocalíptica: ese que la dice es un desaforado. Todo el mundo se acomoda, se ensambla, se relaja, se ajusta, y busca su pequeño nicho de fortuna. Así, lánguidamente, se desenvuelve la vida colombiana. Es melancólica.
Pero hay otra desmesura colombiana: el crimen. Cegados los caminos del espíritu, esta inmensa energía represada de los colombianos, su capacidad de creación, se ha volcado al latrocinio. Y qué potencia criminal es hoy Colombia en el mundo. Es el otro signo de nuestra mezquindad.
Altos para el lucro y el crimen, pequeños, ínfimos, mezquinos para el espíritu. Este es el país que nos han construido. Otro habrá de construirse.
25 de junio de 1980
Gracias por publicar este material.
ResponderEliminarSaludos.